lunes, 19 de marzo de 2012

Viva la Pepa... o no.

Vuelvo a la carga. Efemérides. Ah, estúpidas efemérides, aniversarios y demás patochadas. Ya me pasó con el bicentenario del Grito de Dolores (el cual, por cierto, necesitaría una buena revisión, porque creo que metí una colección de gambazos sensacional en cuanto a contenidos). A lo que íbamos: doscientos años desde la redacción y promulgación de la Constitución de 1812, la de Cádiz, popularmente conocida como La Pepa por haberse perpetrado todo ese boato el día de San José. Bajo asedio francés, la plaza de Cádiz era el último reducto de soberanía que quedaba en la península Ibérica, donde se reunió la llamada Junta Suprema Central y toda una colección de personajillos, patriotas todos ellos, de muy diverso cuño ideológico pero sobre todo de una cultura política elaborada. Muchos de éstos se reunieron y discutieron largo y tendido, viendo la situación en que se encontraba la realidad hispánica, tanto a este lado como al otro del Atlántico, una serie de problemas a los que se enfrentaban y necesitaban de una urgentísima solución.

Este drama épico devino en la gestación de este escrito constitucional que asumiremos como el germen de lo que hoy entendemos como contemporaneidad en España y probablemente en muchos de los países latinoamericanos. Mucha tinta ha corrido ya sobre este tema, tanto en otros momentos previos a la celebración de este acontecimiento como ahora mismo y lo que está por llegar. Probablemente me suba a ese carro, ya que tarde o temprano tendré que mojarme para con respecto a esta constitución que, si queréis verla, está por aquí (dadme algo de tiempo para buscarlo y os lo subo a mediafire o algo así, que la tengo perdida por alguna carpeta de artículos de mis pesquisas investigativas). El caso es que estos últimos días ando viendo a mucha gente que le busca más pies al gato de los que tiene para con el susodicho texto, que vale que sirviera como fuente de inspiración para otras Constituciones de corte liberal en el mundo occidental en esa extraña transición del Antiguo Régimen (el cual probablemente pudo pervivir en las formas de actuación y comportamientos sociales hasta ya entrado el siglo XX, tras la I Guerra Mundial) a eso que llamamos mundo moderno (encontrándose esta tesitura aún en lo calificado como "modernidad", con una nueva modernidad en ciernes, pero modernidad al fin y al cabo. Estúpidos problemas terminológicos, ¿no?). Y de ahí a ésta, han llovido Constituciones inspiradas en ésta a patadas, la gran mayoría no reconocidas, o bien más limitadas, o bien directamente nunca promulgadas, quedando poco menos que en papel mojado. Aunque es gracioso ver cómo otras Constituciones han inspirado más a otras posteriores achacándose a ésta el mérito. La de los Estados Unidos también estuvo muy de moda y es gracioso ver cómo su pragmatismo, el rasgo que más la ensalza, no se viera contagiado en otros modelos constitucionales posteriores. Era una buena influencia, al menos en ese primer sentido.

Ahora metámonos un poco en harina de otro costal. Es cierto que se vende esto como poco menos que la madre de la patria española, como un signo de inequívoca unidad de lo hispano, cuando realmente estamos haciendo un mal uso actualista (o de otras perniciosas intencionalidades) al decir todas estas barrabasadas. Sobre todo en medios no especializados y para promover la divulgación de un aniversario que puede ser tomado de muy distintas maneras dependiendo del enfoque funcional que se le dé. La verdad es que su influencia es innegable, pero caer en una suerte de teleologismo que ya empieza a ser denunciado por parte de algunos entendidos en materia nos cura de espanto de esa especie rara de enfrentamiento de "lo moderno frente a lo arcaico", siendo esto una base fundamental de problemas sociales posteriores de muy amplio espectro. La dicotomía liberal-conservador no tiene su origen aquí, más bien es una suerte de consenso práctico para una tesitura de crisis que, la verdad, no acabó en nada bueno. No por culpa de sus redactores, sino de nuestro querido amigo fernandito que vino a imponer lo que sus amigotes de farra le dijeron que hiciera so pena de que todo se fuera al carajo. Dicho muy poco sucientamente, podríamos encontrar en este texto antecedentes de las dos Españas, que se esfuerzan por una solución común en la que acaban estancándose en distintos momentos a pesar de necesitar seguir desbrozando la senda del futuro, tratando de lidiar consigo mismos en una actitud crítica para ver soluciones a las dificultades que se presentan en mitad de ese tedioso sendero que es la actualidad, ante la que se lucha a base de improvisación y medidas poco efectivas. Es una herencia que ha quedado patente con más o menos evidencia, pero que también responde a una serie de problemas estructurales añadidos que no sé si procede tratar pero que estuvieron ahí y a los que no se dio paso demasiado afablemente, pronunciando el constante conflicto de cuando no era un sector, era otro. Y así hasta hoy, dando la brasa cada día con problemas coyunturales distintos y medias soluciones que no cargan las tintas contra los problemas, sino que los asumen como si fueran algo con lo que convivir. Y así es como se va uno por los cerros de Úbeda al poner el automático.

En definitiva, el texto de Cádiz está fuertemente sobredimensionado. Fue una fuente de inspiración y un ideal por el que luchar, pero sin duda no ha quedado más que en el enfoque mitológico patriotero que se está viendo estos días tanto en la ciudad que la vio nacer como en numerosas publicaciones de carácter informativo, divulgativo y desgraciadamente también científico. ¿Es una pieza fundamental en el organigrama de lo hispánico? Pues sí, pero también merece ser colocada en su sitio, pues sus años de vigencia infligieron más daño que bien a la ya tristemente decadente hispanidad.