lunes, 3 de octubre de 2011

Kokoro, de Natsume Soseki


Cualquiera diría que, viendo la imagen, voy a hablar de una serie de animación. Sí y no. Vamos a explicarnos: dio la casualidad que, en uno de esos viajes que suelo hacer a la biblioteca de mi antigua facultad de filosofía y letras de Granada, me topé con algo que me llamó poderosamente la atención, una novela japonesa editada por Gredos de la que había oído hablar a través de un anime que habíamos hecho con el fansub. La curiosidad me incitó a cogerla y empezar a leerla esa misma mañana. Así he acabado leyéndola y disfrutándola bastante, más incluso de lo que me esperaba.

La serie de animación en particular es Aoi Bungaku (literatura azul), en la que varios directores con famosos artistas de manga como diseñadores de personajes (entre ellos, Tite Kubo y, en el caso que nos atañe, Takeshi Obata) realizan la adaptación de obras de esa edad de oro literaria que fue el naturalismo japonés, con claras reminiscencias románticas y otros estilos llegados de Europa y América tras la apertura de Meiji aderezados con el componente tradicional nipón. A cargo del estudio Madhouse, y con arcos de pocos capítulo (uno y cuatro, aunque suelen ser dos de cada uno), nos dieron a conocer deliciosas obras de principios del siglo XX que, en caso de ser todos como la novela que nos atañe, sin duda merece la pena darle una oportunidad a la hora de leerlas. Además, debo reconocer que este arco fue de los que más me gustó (aunque no tanto como Hashire, Mero!).

Vayamos al grano ahora. La obra de Natsume Soseki nos sumerge de lleno en el final de la época Meiji, la que dio lugar a las grandes transformaciones técnicas y ese espíritu modernizador que se fomentó a través de dicho aperturismo. En este respecto y como ya he comentado, la influencia de distintos estilos literarios en una generación de oro de literatos que se dejaron llevar por las corrientes modernistas y del realismo europeo de aquel entonces (esencialmente del naturalismo de Flaubert o Balzac) con reminiscencias del romanticismo tardío alemán. La obra, que se divide en tres partes, nos habla de las vivencias de un estudiante que conoce a un curioso personaje, al cual llama constantemente sensei (literalmente, maestro. En este caso, es un título que se da a personas a las que se tiene un respeto especial). Acaban haciéndose amigos y el protagonista, viviendo su vida y maravillándose por este personaje hacia el que siente gran respeto y admiración, trata de indagar en su pasado por su comportamiento tan singular ante la vida. Así, quiere conocer el porqué actúa como lo hace, su motto en la vida que le hace tan especial y a la vez tan fascinante. Pero problemas familiares le obligan a volver a su pueblo y, en el momento de la verdad, sensei, que quiere explicarle su pasado, ha de enviarle una carta en que le explica todo lo que ha vivido para encontrarse en la situación en que se encontró fortuitamente con el estudiante. De esta forma, le cuenta un desolador episodio que marcó su vida, el cual se retrata en el arco de la serie de animación y que corresponde a la tercera parte de la obra.

Sin duda, un desolador relato imbuido por ese naturalismo francés que unos años antes se gestaba en el país de los vecinos de arriba. La sólida y ágil narración sin duda es un aliciente de esta obra a seguir leyendo, que fuerza al lector con un ritmo muy bien logrado a querer saber más sobre los personajes, especialmente de sensei. El relato de sus tormentos es sin duda violento y escalofriante a la par que enternecedor y hermoso. El amalgama de sensaciones que transmite es también un punto fuerte: el pesimismo desgarrador de una época que se acaba y el cómo marcó a una generación entera el efecto Meiji. En otros aspectos, me recordaba también a El árbol de la ciencia, de Pío Baroja, por el relato de una experiencia vital patética marcada por hechos tristes en el marco de una época de cambio que, en el caso español, es mucho más frustrante y decadente que en la incipiente y esplendorosa futura gran potencia oriental. Ambas tienen su encanto a su manera, con ciertos puntos comunes que vale la pena considerar. El amor y la muerte como temas primarios de fondo y la visión de verdaderas antípodas en ambos quizás sea lo que más haya que poner en valor de esta comparativa tan arriesgada que me gasto, viendo además que la influencia centroeuropea en ambos (más francobritánica en Soseki y alemana en Baroja) es patente.

En fin, dejo de dármelas de experto en temas que he tocado de refilón y con un espacio de siete años entre la lectura de uno y de otro. Pero las reminiscencias estaban ahí, eran claras y no creo que debiera dejarlas pasar. Aun así, recomiendo encarecidamente ambas obras. Y hasta aquí todo el pescado vendido. Si se me ocurre algo más, ya me dará por hablar de ello. Hasta entonces, veremos qué tal se da la cosa. Nos leemos.

1 comentario:

Sicarius dijo...

Este arco que comentas del anime de Aoi Bungaku, más concretamente el primer episodio, es la obra que más me ha hecho sufrir de todas las que recuerdo. Pero sufrir en el buen sentido. Me encantó el poder de conmover que tuvo la narración.

Si encuentro el libro este para el cacharro me lo leeré sin falta.

Por cierto, saludos en tu blog. Me ha dado por entrar a través del MAL y mira, me encuentro cosas interesantes.