viernes, 1 de mayo de 2009

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Por primera vez y sin que sirva de precedente, voy a hacer un monumento a mi e-polla. Total, son más de la una de la madrugada y ya he perdido todo el día posible para hacer algo, y casi que debería acostarme para levantarme mañana temprano y lúcudio para currar ese maldito trabajo sobre la evolución económica japonesa que ya debería de estar agonizante y que aún se resiste. Y como llevaba un tiempo sin meterle nada nuevo a esto, pues...

En fin, como paso de chillar histéricamente que he llegado a la cuarta parte de cien mil visitas, pues vamos a hablar de una cosa escasamente relevante: hoy ha venido a la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UGR el ex secretario general de Izquierda Unida Julio Anguita. Nos ha dado una visión del panorama general político, económico y social del tiempo que ha vivido y vive, previa introducción de la historia de las repúblicas en la España contemporánea, acompañado de su punto de vista. En general, ha sido muy interesante. Pero sin duda, con lo que me quiero quedar es con una cosa que, por lo menos, estimo que me debería de venir bien. Y es que casi que vuelvo a recuperar la fe en la izquierda.

Eh, espera un momento, ¿estás diciendo que tú, al que llamaban rojo de mierda por la calle y al que le escupían por eso, habías perdido la fe en la izquierda? Cosas pasan, mierda llueve, pollas para todos. Pues sí, desde aquella fatídica pero enriquecedora lectura y cierto suceso electoral, mi vida ideológica casi que no ha parado de tambalearse. Inquietudes que asaltaban por doquier y planteamientos que no llegaban a resultados satisfactorios me coartaban, añadido a mi tendencia excesiva a sentirme altamente estresado por todo (aún lo estoy, sólo hay que mirar las fechas en las que estamos). Pero en fin, desde dichos sucesos ha llovido mucho, y creo que en su mayoria ha llovido para bien.

Entrar en detalles sería incurrir a fatalismos existenciales y paranoias persecutorias que acentúo cada vez que pienso en la forma del capitalismo neoliberalista; la crisis en que se ha sumido el mundo, pero de la que saldrá y la liará de nuevo para que dentro de 50 años seamos pasto de un futuro completamente madmaxiano e incierto; y varias movidas que se me han metido en la cabeza este tiempo debido a razones de ámbito "profesional". Sí, tengo pesadillas con Ronald Reagan, lo mío es para revisárselo. Pero bueno, también influyen visiones respecto a historiografía que he cambiado de percepción, desde que descubrí un universo paralelo dentro de la historiografía este año.

Hasta antes de empezar este segundo cuatrimestre del 3º año de carrera de Historia, tenía por admiración a la historiografía clásica de la universidad, una herencia de historia desde abajo planteada por el gran historiador Antonio Domínguez Ortiz, y que parece haber impregnado no sólo a una, sino a varias generaciones de profesores de muy diversos ámbitos. Aunque el año pasado ya atisbaba en los que creía desvaríos de un loco (que, posiblemente, resulte ser más genio que loco) esto que se nos exponía en la asignatura Historia y Medio Ambiente en el Mundo Contemporáneo: la historiografía ecológica. No sólo es una forma de hacer historia, sino también una forma de concienciación, quizás demasiado radical, pero no hace más que hendirse en la llaga para presentarse no como una catástrofe, sino como el apocalipsis mismo. El cambio de mentalidad tan súbito y casi que machacado con la fuerza de artículos desmotivadores de gran violencia en cuanto a su contenido, verídico pero destructor a la vez, incidió en ver que, pese a todo lo que se me mostraba de esa historia siempre discriminada, servía para dar paso a una nueva forma de interpretación que nos da la visión de que nos encaminamos a la autodestrucción y que no se puede mover un dedo para desmantelar dicho plantel. Puta mierda para todos y todas. Luego ya pues podemos hablar de historiografía feminista, pero esto no viene al caso.

En definitiva, lo que vengo a decir es una verdad como una casa y que empiezo a plantearme de nuevo seriamente tras los comentarios al respecto de esto tanto de el catedrático de Historia Antigua José Fernández Ubiña como del conferenciante de hoy Julio Anguita. Y es leer a Marx. Reutilizarlo, reciclarlo, sin llegar a revisarlo pero refundándolo para inspirar unas nuevas formas de pensar. Si bien me llamó la atención cuando el primero de éstos a los que he mencionado dijo que aún no estaba superado, puedo y creo oportuno decir que seguramente, tendrá razón. Pero ¿cómo llegaremos a atisbar esto? Soy muy pragmático y llevaba un tiempo queriendo de nuevo ver cómo un hombre que se tiró la mayor parte de su vida estudiando y se juntó con otro gran pensador de estas doctrinas y teorías planteó la realidad de su época, y revolucionó hacia una manera científica la forma de hacer y ver la historia.

En fin, ya me he enrollado y nadie leerá mis divagaciones al respecto de mi intento por hacerme formar una nueva manera de ver las cosas y de realizar una nueva historiografía que vuelva a ese clasicismo de escuela marxista que tanto me fascinó hasta el cuatrimestre anterior, y que me descoyuntó el pesimismo extremo de una serie de verdades incómodas.

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